A
Mariano José de Larra,
Jorge Ibargüengoitia
y Germán Dehesa
Algún problema tenemos los humanos con el deber, siempre buscamos algo que nos desvíe de
una obligación para postergar lo inevitable y terminar sufriendo por algo que, en la mayoría
de los casos, es de fácil solución; nos gusta hacernos los mártires. “Trabajo mejor bajo presión”,
“Todavía tengo tiempo”, “Sale en dos patadas” y otro sin fin de frases hemos creado para
justificar dicha postergación e incluso llegamos al extremo de armar rituales un tanto ridículos
para antes de empezar la obligación en cuestión. Uno de esos rituales es al que acude un
servidor y es el de no empezar a hacer la tarea hasta “escombrar” mi tan amado cuarto. Y es
que estará usted de acuerdo conmigo, querido lector, que no es fácil concentrarse si el lugar de
trabajo no se encuentra en armonía y no está cada cosa en su lugar.
Por lo tanto, doy inicio a mi ritual escombratorio y comienzo con la cama, estirando cada
uno de los bordes de la sábana hasta que esté casi a punto de romperse para que no se hagan
arrugas a la hora de poner las cobijas; una vez acomodada la almohada prosigo con la colección
de juguetes que (pobrecitos) ya empiezan a acumular algo de polvo, entonces una voz en mi
interior comienza a preguntar:
- ¿De verdad el Darth Vader que estás limpiando tiene algo que ver con tu tarea?
- Por supuesto que sí – le respondo.
La biblioteca personal no ha corrido con mejor suerte, en sus lomos comienzan a
vislumbrarse diminutas partículas de polvo y es más que razonable que a un estudiante de
letras este tipo de cuestiones le resulten en problemas para no menos que quitar el sueño, para
ahorrar tiempo paso el plumero por encima del librero, pero para mi sorpresa esto no basta,
entonces saco cada uno de mis libros y comienzo a pulirlos hasta que quedan como sacados de
librería. De uno en uno me voy encontrando con separadores de lecturas que he dejado
inconclusas o con mis libros favoritos, “¿Cuál era el cuento que me gustaba del Decamerón?”,
“¡Me encanta esta parte del Pedro Páramo!”, “No me acordaba de esta parte de La vida es sueño”
“¡Aquí el Quijote es graciosísimo!” y de esta manera reviso gran parte de mi biblioteca hasta
que la voz que habita dentro de mí me vuelve a cuestionar:
- ¿Estás seguro de que leer ese cuento del Decamerón tiene algo que ver con tu trabajo final de
Filología?
- Claro – le respondo, - se llama literatura comparada.
En la fase final del ritual me encuentro contra el escritorio, cabe aclarar que para este punto han
pasado ya bastantes horas, por lo cual el “escombrar” el escritorio se resume en pasar todo lo
que estorbe a la cama que es donde ahora hay espacio libre.
Una vez dispuesto a comenzar el deber, la voz interior vuelve a aparecer y cuestiona en
esta ocasión:
- ¿Estás seguro de que te vas a desvelar haciendo tarea? Eso puede ser muy malo para la salud.
-Tienes razón - le respondo y me voy a la cama porque ¿Quién podría concentrarse con el
cerebro a medio dormir?
Todo lo que acabo de relatar en este artículo, amigo lector, tiene un nombre y aunque
seguramente se esté imaginando que dicho nombre guarda estrecha relación con un blanco
producto de gallina, lamento decir que no llega a tanto. El nombre que recibe esta postergación
de los deberes es procrastinar y resulta una costumbre más mala que pecar en Viernes Santo.
No sólo afecta a las obligaciones del individuo en cuestión, sino que acarrea muchos más
problemas entre los que destacan los que enumeraré a continuación:
* Acumulación de estrés por andar dejando todo para después
*Quedar mal con conocidos y amigos
Y las demás… las pondré después, porque antes tengo que escombrar mi cuarto.

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